Una vez salimos de Chinchilla empezamos a recorrer el llano campo hasta llegar al río Júcar. El cambio en el tipo de terreno nos advertía de ello, el suave relieve se abría de golpe en un cañón cavado por el curso del agua. Estábamos llegando a Jorquera. Antes de entrar al casco urbano, hicimos una parada para observar tanto la bonita estampa del pueblo frente a nosotros, como el terreno llano y hundido del arroyo de Abengibre (probablemente proclive a inversiones térmicas considerables) que desemboca en el Júcar justo al otro lado del casco urbano.
Jorquera (Albacete)
Subimos a pasear a una especie de paseo-mirador que había allí, mientras mi compañero me contaba aventuras que se iban hasta territorio turolense, y disfrutábamos del momento. Teniendo en cuenta la hora que era, debíamos seguir el camino si queríamos llegar hasta Alcalá con luz natural.
Las escaleras al mirador
Arroyo de Abengibre
Tras seguir las instrucciones de un jorquerano y tener un pequeño susto con el coche, nos dirigimos hasta Alcalá del Júcar por carretera. El terreno es cerrado y escarpado, dejando paredes a ambos lados que la luz del sol ayuda a marcar con su ángulo y las sombras generadas.
De camino a Alcalá
Dejamos el coche en el aparcamiento que da acceso al parque y zona de paseo del Júcar. Nos acompañaban bastantes almas, aunque siendo un tipo de turismo en apariencia relajado, no se hacía molesto. Allí paseamos por un pequeño puente de madera, vimos una plataforma que crea una pequeña cascada en pendiente, terminando en una pequeña isla artificial con vistas al puente romano.
Unos simpáticos patos alcaleños
Puente de madera, isla artificial y puente romano, con el núcleo urbano de Alcalá al fondo
Después subimos por el núcleo urbano. Las calles de Alcalá, fruto del relieve donde se asienta, son estrechas, empinadas y con huecos abiertos por donde se conduce el agua de la lluvia. Durante la subida el oído nos informó de la importante presencia del turismo valenciano en esta localidad, ya que el parlar se escuchaba bastante.
Otra característica de la localidad, compartida con las que hasta ahora habíamos visitado pero con una mayor evidencia, era el aprovechamiento del relieve para la creación de cuevas. De hecho, varias están señalizadas en las calles.
Detalle de una vivienda incrustada en la montaña
Esas manos son en realidad las garras de un lobo. Créditos de la foto a otro lobo.
Llegamos a lo alto de Alcalá cuando atardecía, así que pudimos presenciar el momento en el que la luz crepuscular y el color otoñal de los árboles coincidían, para nuestro disfrute.
Atardecer en el Júcar
Una vez puesto el sol, deshicimos nuestros pasos, no sin antes cotillear un poco en una iglesia. Por la noche, Alcalá se ilumina de una forma quizá objetivamente excesiva, pero no se puede negar que como imagen turística llama mucho la atención y en sí, es bonito.
Cuando cayó la noche, el pueblo se iluminó mucho más
De vuelta en el coche, subimos el cañón hasta retomar la inmensa planicie, ya de camino a Valencia para descansar y digerir el día. Terminaba así el primer viaje de muchos, en un punto distinto de donde comenzó para mí. En ese sentido, podría decirse que el viaje no terminó. Tampoco lo ha hecho todavía. Tampoco quiero que termine.